- agustinabazterrica9
La grosa de Jimena Néspolo reseñó Matar a la niña.
No se trata de cualquier “ángel”. Este ángel lleva peluca, alas de plástico y un tufillo tan decadente que abruma. Está atado a su nube de papel maché y algodón por una cuerda rústica; tiene fobia a las alturas. Se dirá que este ángel forma parte de una heráldica de la cual reniega. Tiene una “misión” y habita el paraíso, el mundo supraterrenal de los elegidos; pero no sabemos si en efecto lo elig...ió, si fue víctima de sus circunstancias, o si sólo debió aceptar su sino ya como condena (ahora tienta todas las formas posibles de escape). El ángel cavila que la causa primera que lo ata a su estado angélico es la mirada infantil y beata que desde el mundo terrenal lo invoca. Piensa que eliminando la causa se librará de su “infierno”. Este ángel, el crítico erudito en arte sobre cuya voz se orquesta la novela “Matar a la Niña” (Textos intrusos, 2013) de Agustina M Bazterrica, está muerto pero siente, y entre los sentimientos que lo agitan el más poderoso es el persistente deseo de matar a la “Niña Santa”: “Nadie nos prestaba atención, excepto, claro, la Niña Santa que podía ver con claridad a los que estaban en las primeras nubes. (…) Parecía salida de una estampita de Murillo, colgada en el claustro más silencioso de un convento de vírgenes perpetuas. Era rubia con cabellos de oro puro, con una boquita de fresa tierna y resplandeciente y ojos azules como una laguna en flor. Tenía vocecita de miel azucarada, tan suave como un terciopelo que cae dócilmente con la música del amanecer rosa y anaranjado. Las manos, que se juntaban para el rezo diario, eran dos panecillos recién horneados, y ella toda olía a rosas blancas nacidas bajo el rocío liviano que nos regala el nuevo día. Un vómito sagrado.” (26)
El texto combina escenas descriptivas, otras de acción dilatoria en pos de ese único objetivo (“matar a la Niña”), y numerosas páginas dialogadas que dan forma y sustrato al mundo que el narrador delinea sin ahorrarse ricas referencias a la historia del arte, embebidas en un humorismo trágico. Se dirá que es gracias a esa burocracia kafkiana, absurda y desternillante pero asombrosamente próxima, que la narración se prolonga en detrimento de la profecía aniquilatoria del “Antiniña”. Cupidos, ángeles guardianes, serafines: con todos delibera “el elegido”, a fin de justificar su deseo y poder llevar a cabo su “misión”: “…según lo que vos me dijiste cuando estábamos aterrizando acá en la Tierra, era que también querías matarla para que, y te voy a citar, ´terminemos de una vez por todas con esa colección de hipócritas elitistas´” (189). Luego: “Créalo. Si la Niña desaparece, el cielo desaparece y nosotros vivimos en paz. Estamos cansados de sus estúpidas nubes.” (199)
Construida con un final doble que remite a una circularidad –mediados dos intentos de muerte, la novela termina como empezó– el mérito del texto de Bazterrica no es tanto su originalidad temática o su incorrección política, sino quizá el curioso ardor revolucionario con que se posiciona desde las primeras páginas: “Matar a la Niña es para mí –dice Valeria Correa Fiz en el prólogo– un manifiesto revolucionario. Su rebelión se dirige contra lo sagrado, lo bello, lo sublime o lo edificante.” Todo eso condensa –al parecer– la figura de la Niña.
Poco importa que desde Edmund Burke (Philosophical Inquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautifuel, 1756) e Immanuel Kant (Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen, 1764), “lo bello” y “lo sublime” se hayan constituido en categorías que se excluyen entre sí y que nada tienen que ver con “lo edificante”. Tampoco importa que la “belleza” que desbarata en su grotesco el texto sea la belleza kitsch del simbolismo religioso de las masas. Contra el mito patriarcal, omnipresente en el último siglo, lo que a mi entender el texto pone con singularidad en escena es el poder articulador de la mirada femenina, muda, infantiloide y funcionalmente “menor”. Hacia el final de su misión el protagonista de “Matar a la Niña” recibe un telegrama en donde las “Entidades” –especie de espíritus ubicados en un más allá del Bien y del Mal– lo felicitan por “haber construido exitosamente su infierno” (217). El brulote de la trama asume, pues, a conciencia el hecho de que toda potencia denegadora construye su espectralidad. Va de suyo decir que la Niña sale del brete vivita –y quién sabe si coleando...
Jimena Népolo
(Buenos Aires, 1973) Poeta, escritora, investigadora del CONICET. Doctora en Letras (Universidad de Buenos Aires). Realizó estudios de postgrado en la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) y una investigación postdoctoral subisidiada por el Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Nación (CONICET). Entre los años 1999-2001 lideró un proyecto de murales de poesía ciudadana y editó los primeros números de la revista Boca de Sapo. Publicó el libro álbum Niñas (Adriana Hidalgo editora, 2010), ilustrado por Marta Vicente, y los poemarios: incertezas (Simurg, 1999), Papeles cautivos (Simurg, 2002) y La señora Sh. (Alción, 2009). Su ensayo Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto (Adriana Hidalgo editora, 2004) recibió en el año 2002 el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Ha colaborado con artículos de crítica literaria en distintas revistas especializadas del país y del extranjero. Junto a su hermano Matías Néspolo compiló la antología La erótica del relato. Escritores de la nueva literatura argentina (Adriana Hidalgo editora, 2009). La editorial Los libros del lince acaba de publicar su novela El pozo y las ruinas.