- agustinabazterrica9
Entrevista en la revista de arte Nadie quiere morir.

Los invito a leer la entrevista que me hizo Leticia Martín para la revista de arte "Nadie quiere morir" a raíz de su lectura de Matar a la niña.
La pueden leer acá: http://www.nadiequieremorir.com.ar/un-infierno-nuevo/#more-1556
¿Por qué cruzás en tu novela humor y religión?
El humor es mi manera de encarar la vida. Puedo zambullirme en conjeturas, sortear misterios y ubicar paradojas. Con el humor y sobre todo con la ironía (como figura literaria) desinstalo. Como dice Julian Barnes respecto de la ironía, “la ironía te ayuda a decir que las cosas no son siempre lo que parecen”. En otras palabras, devela la paradoja de la realidad. Vivimos atravesados por mandatos, por cánones y verdades, por certezas y con la ironía uno las puede quebrar y ese es el trabajo que me interesa, buscar las ambivalencias, los huecos que existen en relatos tan poderosos como el de la religión. ¿Qué hay detrás de un relato como el del cielo y el infierno? ¿Por qué la necesidad de inculcarlo, o de imponerlo incluso? Reflexiones como éstas son las que fueron guiando la escritura de Matar a la niña. Creo que el humor y la ironía te permiten abordar casi cualquier tema sin caer en la facilidad del rechazo, con una carcajada o una sonrisa te invitan a abrir puertas. Te asomás al borde.
¿Cuál es tu relación con los dogmas de la iglesia?
Ha sido una relación de permanente conflicto, pero al mismo tiempo de profundo interés. Los dogmas me incomodan, esa rigidez que no da lugar a otras posibilidades me inquieta en extremo. Por otra parte, no puedo evitar intentar entender por qué tanta gente se apega a ellos al punto de llegar, incluso, a matar para probar una verdad, de volverse intolerantes. Esto viene de dos dimensiones de mi experiencia. La primera en el colegio de monjas al que fui, donde se respiraba un aire de intransigencia y represión, muy diferente al mensaje primordial de los católicos que es el del amor. La otra en la universidad, donde pude estudiar a la iglesia católica desde su fundación con una perspectiva de claroscuros humanos, políticos y sociales. Lo hice a través del análisis de las obras de arte que a lo largo de los años encargaron como grandes comitentes que fueron.
-¿Cómo trabajás el humor? ¿Qué ves, qué leés, qué te lleve a ese tono?
Trabajo con el humor, pero especialmente con la ironía. Liliana Díaz Mindurry sostiene que no hay literatura sin ironía. La ironía nace de lo paradójico, como explica de manera bella Liliana “es la mirada de la incerteza”. En este sentido, autores como Joyce, Lispector, Borges, Saer, Faulkner, Flannery O’connor, Irving, por nombrar a unos pocos, me inspiran todo el tiempo.
Con respecto al humor, a la necesidad de hacer reír, la clave es que si no me estoy riendo, no funciona. El problema con el humor es que no todo el mundo se ríe de lo mismo y descubrí que mi sentido del humor es caustico, corrosivo, como dice mi madre, “truculento”. También me siento inclinada por el humor del absurdo. Una obra clave en mi vida es “Alicia en el país de las maravillas”. De la misma manera, “La conjura de los necios” de Kennedy Toole, “Vercoquin y el plancton” de Boris Vian, “Cuna de gato” de Vonnegut y el maravilloso relato “Llorenç Riber” de J.R.Wilcock son obras modelo con las que me río una y otra vez.
Y ver, veo todo el tiempo. Transito calles, observo personas, miro cine, series, voy a expos. Todo es fuente de inspiración. Lo vital unido a lo literario y cinematográfico. Por poner un solo ejemplo, esta semana vi una peli rumana “Historias de la edad de oro”, que consta de cortos dirigidos por varios directores, en general muy cómicos, surrealistas, con los que largás la carcajada, pero por debajo leés la crítica brutal que le hacen al régimen de Ceausescu. Ese es el humor que me interesa, con contenido.
-¿Sos optimista?
Soy fatalista, obsesiva, intensa, pero el humor me salva de vivir una vida de opereta yendo de drama en drama. A veces, logro ser optimista y reírme de mi misma.
-¿Por qué necesitaste crear un universo nuevo que vuelve a reproducir la idea de cielo e infierno?
Quizás por el simple placer de imaginarlo distinto. O, tal vez, necesitaba ejercitar la libertad de crear mi propio relato, en contraste y como respuesta al que me inculcaron desde pequeña. Necesitaba despojarlo de esa gran solemnidad, reírme de la severidad. Un relato, si uno lo toma literal como lo toman los niños (al menos los de mi época, sin internet, sin fácil acceso a otra información), totalmente cruel y bizarro. Pensar desde niño que si pecabas ibas a ser castigado en un lugar horrendo, con un ser monstruoso, con fuego, con dolor creo que es muy sádico y yo, como buena fatalista, solía tomármelo literal. Recuerdo que un día que tenía fiebre alta me imaginé al diablo caminando por el pasillo hasta mi cuarto. No olía a azufre, pero era real y sentí un terror absoluto. Si el diablo me estaba buscando, quería decir que era pecadora. Iría derecho al infierno sin escalas.
A nivel técnico, me pareció un desafío construir un universo nuevo, pero que remitiera a los parámetros del cielo y el infierno católicos y trastocar todas sus reglas.
-¿Qué efectos o sensaciones querés generar en los lectores con esta novela?
Es imprescindible que el lector de Matar a la Niña se ría. Lo demás vendrá por añadidura. Entre la sonrisa y la carcajada se colará la oscuridad que hay debajo, sobre lo risueño aparecerá la esencia despiadada de ese cielo y de esa Niña. Alguien logrará la conexión con los mandatos que nos imponen para reforzarlos o cuestionarlos. Pero, vaya uno a saber qué sensaciones producirá este libro. Matar a la niña será resignificada de manera diferente por cada lector.