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Texto de la presentación de Comés del pelo del perro que te mordió, novela de Carlos Carioli

Por Agustina Bazterrica. Hola a todos
Quería empezar agradeciéndole a Carlos por haberme dado la oportunidad de escribir la contratapa de esta novela. Eso implicó leerla varias veces y pensarla en sus menores detalles y las dos actividades fueron muy placenteras. Es un doble privilegio estar acá hoy porque lo conozco a C...arlos hace muchos años y lo valoro como persona. Además, siempre lo admiré como escritor y tengo una especial predilección por su estilo literario. Por ambas cosas, gracias por esta invitación. Ayer hablábamos con Eugenio sobre cómo estaba pensando cada uno la presentación. Desde el primer momento, nos fuimos dando cuenta que repetíamos muchos conceptos y citábamos a los mismos autores. Primero, entré en pánico. Pero Eugenio dijo algo muy cierto: “Esta es una novela juega todo el tiempo con la repetición, por ende es natural que nosotros nos repitamos.” Me remito entonces al concepto de intertextualidad, es decir las evocaciones a otros autores que provoca un texto literario. Claro, es casi forzoso leer esta novela y establecer relaciones dialógicas con otros textos, que surja una polifonía inter-textual. Pero, la intertextualidad no es arbitraria. Tiene una lógica fijada por la propia estructura de las obras que dialogan entre sí. Es evidente que con Eugenio percibimos la misma paleta de autores, Carlos nos dio la coloratura. Voy a empezar, entonces, citando a un personaje de un escritor demente y genial como es Thomas Bernhard. Como afirmaba Eugenio la escritura de Carlos tiene algunos puntos en común con Bernhard. Este personaje es un príncipe delirante de la novela Trastorno (que si alguna vez quieren que un libro les perturbe el cerebro, se los recomiendo) que dice “En cada cabeza humana se encuentra la catástrofe humana que corresponde a esa cabeza” y la novela de Carlos nos muestra eso, cómo un cerebro, una conciencia medianamente estable se va degradando. La historia de Cómes del pelo del perro que te mordió (y aclaro que a partir de ahora la llamaré la novela porque el título es un trabalenguas) como ya escucharon es muy simple: un hombre, como tantos otros, es echado de su casa por su mujer y se va a vivir a un depósito donde básicamente hay heladeras. Tomando como eje esta aparente situación anodina y cotidiana Carlos construye una estructura de una complejidad fascinante. Genera una pluralidad de niveles que hace que la novela se sostenga sobre distintos estratos y admita distintas lecturas e interpretaciones. Por eso cuando uno la lee, llega a la última página, termina y quiere volver a leerla. En mi experiencia, con cada lectura surgen nuevas interpretaciones. Y produce en el lector o al menos lo que a mí me pasó, es este efecto cíclico que es uno de los recursos que usa Carlos, es uno de los ejes que le dan la solidez. Este recurso ya lo percibimos en el título. Si recuerdan, Eugenio explicó que hay un dicho inglés que señala que para sacarte la resaca “tenés que tomar el pelo del perro que te mordió”, o sea si tenés resaca de vodka, al otro día cuando te levantás tenés que tomar un trago de vodka y se te va la resaca. Subrayo entonces que, a esta circularidad Carlos la extrapola al plano del amor, de las obsesiones. Por eso la novela empieza con el epígrafe de Clarice Lispector, que dice “el haberse enamorado de nuestros padres fue fatal”, ese primer amor seria el perro que nos mordió, y después vamos encontrando pelos de eso, pelos que a veces son insuficientes, otras fatales, algunas nos resultan cómodos, pero en esta novela esos pelos del amor, la pasión y las obsesiones se enredan en un espiral de locura. Para plasmarlo Carlos emplea, fundamentalmente, el recurso de la repetición. Este dispositivo es muy complejo de usar porque, lo sé por experiencia, cuando no está bien dosificado puede resultar tedioso y arruinar una historia. Carlos es uno de los autores que no sólo logra que funcione sino que esa repetición va envolviendo al lector en un clima. Está maestría de Carlos me remitió a dos grandes autores. Al muy nombrado Bernhard y a Joyce. En el caso de Joyce, el guiño se produjo porque Joyce repite ciertas palabras aisladas o frases en sus textos, trabaja de manera muy consciente con el lenguaje, cada palabra ocupa un lugar, tiene una entidad y un peso específicos, nada está escrito al azar. Y esa precisión te introduce en el universo paralitico de desidia que era la Dublín de Joyce. Joyce es un experto generando climas exactos. Aunque usando el recurso de la repetición de manera distinta Bernhard logra el mismo objetivo. Repite frases donde dice lo mismo pero con distintas variaciones de palabras y ritmos. Su repetición es siempre musical, una cadencia con la que crea climas de melancolía agria y de denuncia. Lo que obtiene Carlos con sus repeticiones es similar porque, ya lo dije, genera un clima. Logra una textura de asfixia y de desmesura extraordinarias. Carlos repite frases, párrafos, temas de manera obsesiva, persistente. En algún punto y de manera imperceptible uno se encuentra inmerso un en mundo que bordea la locura. Este clima me recuerda a una obra de un artista plástico chileno, Roberto Matta, que tuve la oportunidad de ver en directo. Aquí tendríamos lo que se llama interdiscursividad. Una obra literaria remite a una obra de arte, a un cuadro, en este caso. El cuadro de Matta se llama X-Espacio y el Ego y ocupa toda una pared, imaginen una pared enorme con creaturas mitad insecto mitad máquina suspendidas en un espacio anárquico pero al mismo tiempo muy bello. Y lo que me sucedió cuando la vi fue que dejé de respirar y la obra de alguna manera me aprisionó y me transportó a un universo sin sostén, sin gravedad. Me sentí perdida dentro de mí misma y eso me produjo vértigo y placer. Me encontré en un punto que desafiaba la gravedad, que se abría hacia la nada, se curvaba, se quebraba, se autoedificaba como un gran recinto que me invitaba al vacío de una belleza hipnótica. Con la novela de Carlos me sucedió algo parecido y es por eso que en la contratapa empiezo hablando de esa sensación. La diferencia con la obra de Matta es que leyendo la novela de Carlos ese vacío se ocupó con alguno de mis monstruos internos. Este es uno de los temas fundamentales de la novela. La ajenidad interna, el desconocimiento de nosotros mismos pero la vaga sensación de percibir lo monstruoso. Nosotros, normalmente, domesticamos esa voz extraña, ese alien interior para poder vivir civilizadamente pero el personaje de esta novela en algún momento deja de hacerlo. Allí se desata el micro drama que alcanza proporciones épicas porque esa especie de doble comienza a adquirir cada vez mayor protagonismo. Se quiere apoderar -a lo largo de toda la novela- de una dimensión reprimida que muchos de nosotros reconoceremos como propia. El protagonista resuelve que la única manera de deshacerse de ese otro es convertirse en él. Cuando esto ocurre el tejido de lo convencional se desgarra y suceden cuestiones impensables, muy bizarras, situaciones de desmesura. La novela de Carlos te invita a espiar y podés quedarte ahí. A otras personas las desafiará a entrar para buscar y espejarse en algo de la propia locura. Esta novela es provocativa porque el hecho de sospechar que dentro nuestro puede existir ese otro yo y que naturalmente –un día casi como cualquiera- podemos rozar la locura nos produce un estremecimiento profundo. Calculo que a esta altura se estarán preguntando para qué quiero leer una novela que probablemente me demuestre lo fácil que es caer en la locura. Bastante tenemos con nuestro realismo mágico local: el dólar blue, con que se separó Wanda Nara, cuestiones muy terribles. Por qué leer una novela que puede trastórname. Mi respuesta es: porque con esta novela se puede vivir la diferencia entre la locura agobiante de la mediocridad y la locura liberadora del talento. Esta novela no te agobia, todo lo contrario, te hace transitar por la creatividad más pura. Aquí subrayo lo que escribí en la contratapa, Hay otra dimensión de la escritura de Carlos que quiero enfatizar y de la que por supuesto ya se habló porque es una de las marcas de su literatura. Su capacidad de distorsionar el lenguaje, de llevarlo a extremos desconocidos y sin embargo nunca caer en el juego de la destreza inútil. Carlos deforma el lenguaje porque admite que las palabras son insuficientes para expresar casi cualquier cosa. Sobre todo para hablar de la locura, de la soledad, de la fragilidad. De los hechos humanos básicos. Es así que Carlos recrea las palabras y puede pronunciar lo impronunciable. Como dice Clarice Lispector en La pasión según GH “Nunca se toca el nudo vital de una cosa”. Yo diría, ni de una palabra, porque las palabras son entes cuyo centro habitualmente permanece intocado. Pero Carlos rodea eso intangible y lo transforma. Lo va bordeando y perforando en un relato demencial…y genial. La novela, entonces, es poética. Pero no hablo de una poesía compleja, barroca ni cursi sino que hablo de palabras que parecen leves, que están llenas de carnadura, laten, tienen vida. Por eso se lee muy rápido. Esta lectura ligera va trazando distintos planos de profundidad, vamos cayendo en distintos estratos, vamos recorriendo ángulos absolutamente inesperados, enfoques singulares. Para ejemplificarlo, quisiera leerles un fragmento que me costó elegir. En realidad me gustaría leerles toda la novela, pero no les voy a robar ese privilegio tan personal. Como dijo Eugenio, Carlos escribe párrafos muy largos ¿dónde cortar? Este es otro punto en común con Bernhard que lleva ese recurso al extremo porque sus novelas (al menos las que leí) son un gran párrafo, no hay puntos y aparte, no hay capítulos y esto contribuye a generar esa sensación de asfixia de las que les hablaba antes. No se quiere y no se puede cortar. El fragmento que finalmente elegí dice así: “pensaste en que era martes, martes no sabías qué, martes así, martes, sin razón, martes porque después del lunes es martes, estabas perseverante en la idea de lo vecino, así lo llamabas, al menos así lo habías escrito en un hoja “Lo vecino” como si fuera el título de algo, estabas, parecía queriendo escribir algo, queriendo rearmar pedazos de vos que se te habían soltado desde hacía un tiempo, estabas obsesionado con las paredes, con lo otro, con el lado vecino, escuchabas atento el ruido de abrir y cerrar canillas, de agua corriendo, de lluvia, a veces los esperabas apoyando el oído sobre la pared, y te quedabas así, como un pájaro a punto de volar durante minutos u horas, esperando escuchar el ruido en el lado vecino y abrías los ojos, como si te pusieras extremadamente atento al escuchar el ruido de abrir y cerrar canillas, de agua corriendo, de lluvia, te ponías en los ojos la satisfacción de un descubrimiento, de saber sobre lo otro, de saber sobre lo vecino, y después te quedabas a la espera, así, en cuclillas como estabas con el oído sobre la pared, como esperando una repetición de la secuencia de ruidos, como si esperaras confirmar lo que habías escuchado, con la necesidad de repetición para hacerlo creíble, para hacer creíble el lado vecino, para poder escribir y ordenar tus pensamientos, a veces eso, eso vecino, te daba a pensar o a suponer, que había salida de lo invecino.” Como dijo Matta en una entrevista “Un cuadro no es una tela en la pared, es el impacto que le pega al blanco de tu mente” y la novela de Carlos hace exactamente eso, da en el blanco de nuestra mente. Es una novela que podría definir de esclarecedora, pero aclaro esa lucidez nos sumerge en nuevas oscuridades e iluminaciones. Agrego, haciendo honor al texto que está lleno de neologismos, es una novela caórdica. Esta idea la tomé de Hock, alguien completamente ajeno a la literatura. Lo caórdico, es la unión del caos con el orden de una manera en la que cada uno mantiene su esencia. Lo caórdico, dice Edgard Morin el gran pensador de la complejidad, muestra opuestos que son complementarios. Lo caótico convive con el orden y es en el borde entre ambos –en el espacio de lo caórdico- en el que nace la creatividad. Esta es la génesis de la creación literaria. Lo que unido a los recursos que utiliza Carlos ubican a su novela en la línea de las obras que con el tiempo van a ser consideradas clásicos. Es mi opinión. Diría para finalizar, que lo que Carlos despliega magistralmente en Comes del pelo del perro que te mordió es un clasicismo de ruptura y les pregunto ¿Quién quiere perderse de leer hoy un libro que será un clásico mañana? Muchas gracias.
