- agustinabazterrica9
Presentación de la novela Casa de arañas de Carlos Carioli

El martes 18 de noviembre de 2014 presentamos junto a Pamela Terlizzi Prina y Cecilia Mieires esta gran novela del talentoso de Carlos Carioli. Aquí, lo que dije esa noche:
Hola…y gracias. Quiero empezar agradeciéndole a Carlos porque para mí es un honor estar acá porque Carlos confío nuevamente en mí para trabajar con su obra. Aquellos que escribimos sabemos lo celosos que somos con nuestras creaciones por eso quiero agradecerle a Carlos por haberme dado la oportunidad de escribir el prólogo y de invitarme hoy a presentarla. Además es un privilegio poder trabajar con la obra de Carlos porque escribís muy bien y es altamente gratificante poder reflexionar sobre una obra de esta calidad literaria.
Dicho lo cual, quiero contarles que tengo vecinos. Complicados. Tengo una vecina que cada vez que juega River sale al pasillo a gritar los goles en ropa interior y los festeja golpeando la puerta del ascensor y si le pedís que se calle te pone cera en la cerradura para que no puedas entrar a tu casa. Hay otro vecino que se empecina en matar a su gato, pero el gato se empecina en no morir. Ya lo tiró del balcón dos veces y el gato aterrizó en el techo de la de planta baja. Entonces ahora mi vecino, al que apodo el gordo violento (entre otros apodos más precisos), tiene que pagarle el techo a la vecina en cuotas y convivir con el gato al que le quedan algunas vidas y yo tengo que convivir con los gritos del gordo violento al gato.
Yo pensaba que tenía vecinos difíciles –por usar un término suave- hasta que leí esta novela. Para los que no lo sepan Casa de arañas trata, principalmente, sobre vecinos. Vecinos, vecinas, es decir, aquellos que viven junto a nosotros. Y voy a decir una obviedad. Todos tenemos vecinos. Pero, algunos tenemos vecinos más peculiares que otros. Aunque estemos aislados, siempre vamos a tener a, lo que podríamos llamar, nuestro vecino interior, esa voz desconocida que convive con nuestros pensamientos y que domesticamos, esa ajenidad que cada tanto se percibe con fuerza y no entendemos de dónde salió. Es por eso que en el prólogo lo cito a Sartre que afirma: los otros son el infierno. Porque esta es la perspectiva que toma Carlos, una de sus obsesiones que también leímos en Comes del pelo del perro que te mordió, una novela que recomiendo lean, atesoren y promocionen porque es, excelentísima. Allí, Carlos trabaja con el vecino interior, con un personaje que bordea la demencia que tiene que batallar con su vecindad interna. Y en Casa de arañas los personajes tienen que lidiar con el hecho de estar viviendo en un edificio de locos de remate donde una nota -bastante ambigua- a la encargada sobre arañas en el pasillo desata un remolino de miserias.
Cuando estaba pensando el prólogo de Casa de Arañas le escribí a Carlos y le dije que no podía creer cómo se le habían ocurrido esos personajes, que uno era mejor que el otro que no podía entender en qué cabeza podía aparecer una personaje como Mimosa Maxim, una señora de 120 kilos que grita todo el día por el portero eléctrico que la hija la dejó encerrada y que tiene muchos amantes linyeras que la visitan y llenan el ascensor y los espacios comunes de olores irrespirables. Carlos me dijo que Mimosa, así con ese nombre, y todos los vecinos que describe existieron en un edificio en el que él vivió y que la nota de las arañas fue real. Entonces no recuerdo si se lo dije, pero si no te lo dije te lo digo ahora, pensé “Qué turro, Carlos es Joyce”. En la presentación de su novela anterior ya había hecho una relación con Joyce. Pero, en esta novela encontré otro paralelismo. James Joyce es uno de los escritores más complejos y fascinantes de la literatura de todos los tiempos. En todas sus obras, que no son muchas, pero que hay que tener coraje y paciencia y ganas para leerlas, toma incontables episodios de su vida y los ficcionaliza (o sea los tenés que leer con la biografía). Y hacer esto y hacerlo realmente bien como Joyce es una de las cuestiones más complejas que existen porque uno tiene que poder alejarse, despegarse emocionalmente de la situación y verla con ojos nuevos. Y Carlos no sólo logró eso, sino que además, a partir de un hecho cotidiano y si se quiere sin importancia escribió una novela. Además, escribió una novela que es una maravilla y no mucha gente escribe buenas novelas.
Me gustaría conectar la novela de Carlos con una novela de Clarice Lispector que se llama la Pasión según GH que podría definirla como exquisita y singular con la que Casa de arañas tiene varios puntos en común. Clarice también toma un hecho cotidiano e insignificante: una cucaracha que aparece en el cuarto de la empleada y ese hecho le dispara una cantidad de pensamientos y epifanías que llevan al personaje y al lector a un viaje sin retorno. Porque esa es una de las características de cualquier obra que valga la pena. Te transforman, te ubican en un lugar diferente de pensamiento, te abren compuertas. Y esto es lo que hace Casa de arañas, te recuerda que no podés estar tan tranquilo, que el otro puede revirarse en cualquier momento, y peor, el otro interno puede aflorar y hacer cosas impensadas con, como escribí en el prólogo, la neutralidad de un insecto. Y este es otro punto de contacto con la obra de Lispector que habla todo el tiempo sobre la neutralidad de la naturaleza donde no existen ni máscaras, ni leyes, ni moral. Casa de arañas nos recuerda que todos estamos conectados de manera profunda, pero que al mismo tiempo vivimos con la gran ambigüedad de estar irremediablemente solos porque nunca vamos a conocer realmente al otro ni a nosotros mismos. El viernes había cerrado qué era lo que iba a decir hoy acá y me puse a leer la última novela de Milan Kundera, escritor que no me interesa particularmente, pero encontré una frase muy perfecta y bella que resume lo que les quiero decir. Dos personajes definen al ser humano como una soledad rodeada de soledades. Pero esas soledades que somos todos nosotros formamos un contexto, un entorno que sí influye, que sí importa porque un grupo de gente puede sacarte lo peor (sobre todo si vivís en un edificio), como dice uno de los personajes de Casa de arañas “los lugares pre-interpretan, enfrente puede hasta resultar cómico, acá no, acá puede ocasionar un desastre”, Mientras Casa de arañas te desafía a reconocer verdades contundentes de la condición humana no podés dejar de reírte por cómo te lo cuenta, y no podés dejar de sentir asco y placer, pero sientas lo que sientas quedás en trance y con una enorme avidez por seguir leyendo. Y me pregunté por qué pasa esto.
Analizando la obra, una de las características que tiene es que está muy bien construida. Pareciera sencilla, pero tiene una compleja estructura con una trama intangible que es realmente sólida. Y permitan que haga una analogía directa. La estructura de la novela es una gran telaraña, invisible y firme. Voy a nombrar sólo algunos hilos con los cuales fue edificado este armazón.
El primero es la capacidad que tiene Carlos de generar asociaciones. El ejemplo más claro que encontré es el hecho de que trabaja con 8 personajes y que permanentemente nombra a las 8 patas de las arañas, a los 8 ojos. El número 8 simboliza muchas cosas. En numerología simboliza el poder. Y este no es un detalle menor, porque las arañas, en muchas culturas, simbolizan: el poder. No creo que esta coincidencia sea casual, es una de las capas que sostienen y resignifica la obra. Por más que Carlos lo haya trabajado de manera inconsciente sabemos que los artistas trabajan de manera intuitiva. De hecho, mientras leía Casa de arañas, tuve muy presente la obra de Louise Bourgeois (Buryuá) una de las artistas francesas contemporáneas más importantes (murió en el 2010). Una de las obras famosas de Bourgeois es una araña negra. Una escultura monumental que mide 9 metros de alto en acero. Quizás alguno recuerde que estuvo en PROA en el 2011. Si pueden busquen fotos en google porque esa araña es impactante. Ella explicó que la obra que se titula “Mamá- Maman” Representa a su madre que era una tejedora pero además siempre fue una presencia amigable porque las arañas se comen a los mosquitos y nos protegen de las enfermedades, pero al mismo tiempo, aclara, que esa escultura representa el poder que tenía su madre sobre ella, un poder depredador y envolvente. Cuando uno ve la escultura no puede dejar de sentir una atracción siniestra, ese bicho que puede ser muy amigable, pero puede tomar muchas formas, siempre hay una amenaza latente. El cuerpo de esta araña gigantesca puede ser una guarida o una jaula. Su seda nos puede proteger en un capullo o nos puede atrapar. Puede cazar y matar a bichos peligrosos o nos puede picar y envenenar. Entonces, uno de los hilos de la gran telaraña que tejió Carlos para armar la estructura que sostiene la novela es el del poder. El poder que tenemos sobre los otros (y cuando hablo de otros, hablo también de nosotros mismos) , que siempre es ambiguo, porque tenemos la capacidad de dominarlos, de seducirlos, de lastimarlos, de enloquecerlos, de amarlos, de protegerlos, de matarlos.
Carlos, además hace hincapié en otro tipo de poder que es el de la palabra. Lo que puede generar la palabra escrita: una simple nota a una encargada y todo lo que eso puede desatar. Cuando estaba trabajando para esta presentación le conté a Carlos que cada vez que me ponía a trabajar con su novela aparecía una araña. Curiosamente en mi casa no suele haber bichos porque tengo un gato al que le encanta cazarlos, no importa el tamaño. Cuando estaba en pleno trabajo con el prólogo apareció una con patas largas y finitas como la araña de Bourgeois (Buryuá) y cuando laburé con esta presentación apareció una mini araña. Carlos me contestó “las palabras hacen al mundo” y tiene razón, las palabras atraviesan nuestra realidad, la conforman. Trabajo con el concepto de las arañas y las arañas se corporizan, aparecen. El mundo de los personajes de Casa de arañas implosiona a raíz de esa nota escrita, pero además la novela está relatada o sea hablada por un narrador en segunda que interpela a los personajes y, claro, al lector. A este narrador no le interesa la complicidad ni la empatía del lector, sólo le interesa generar climas de opresión, de ironía, de sensualidad y por momentos, incluso de ternura. Voy a leerles frases aisladas que elegí para el prólogo porque creo que resumen bien lo que estoy afirmando. «Vos estabas parada, aferrada con la mano envuelta en la franela al secador de piso, y con una sonrisa muy pelotuda en la boca y en las arrugas de la cara, como si le estuvieras diciendo a Mario lo pelotuda que sos»; «porque Usted, Señor Vidal, no sólo era un hombre paciente y silencioso, sino que además era respetuoso e inteligente, debería hacerse un escarbadientes de oro para que estuviera a la altura de su boca»; «Vos, Mimosa Maxim, leías tus simpáticos poemas de mierda en voz alta a un linyera que no te escuchaba». A algunos personajes directamente los insulta a otros les tiene un respeto dudoso, a otros los desprecia. Este narrador en segunda podría ser perfectamente el enano sádico que todos nosotros llevamos dentro, esa voz ajena y extremadamente íntima que puede convertirse en nuestro infierno personal. Porque, como les comentaba al principio, esta novela habla del infierno que son los otros, pero también habla del infierno individual que cada uno de estos personajes acarrea.
Otro hilo que estructura Casa de arañas es el del clima polifónico. Es una novela con muchos matices. El lector pasa por tantos estados, desde la carcajada, al asco profundo, a la erotización, a la rabia, al asombro. Y este es otro motivo más por el cual uno queda atrapado. Y estos climas además de estar construidos por el narrador en segunda, se logran gracias al uso de un recurso que ya es una marca en la escritura de Carlos: la redundancia, de la circularidad. Si volvernos a pensar en el número 8 del cual les hablé antes podemos reflexionar sobre otra asociación. El 8 acostado es el símbolo de la cinta de Moebius y el logotipo internacional del reciclaje está basado en la imagen de la cinta de Moebius. O sea que es aquello que se reutiliza y que adquiere una nueva forma. Quizás sea una asociación forzada, pero piensen que en el último capítulo del Ulises (novela de Joyce (y vuelvo a Joyce) podemos leer el famoso monólogo de Molly Bloom que está repleto de referencias al número 8 y Joyce explicó que, entre otras asociaciones, el 8 acostado tiene la forma de los senos femeninos, con lo cual esta asociación que estoy haciendo no es tan improbable porque en la obra de Carlos existe esta impronta y necesidad de repetir, de la circularidad y de resignificar. Este recurso lo trabaja en sus poemas y en su novela anterior donde llega al punto de romper el lenguaje, de desgranarlo porque las palabras no son suficientes para hablar de la locura. En Casa de arañas la locura está instalada, ya está naturalizada en ese edificio. Entonces lo que hace Carlos es trabajar con frases o palabras que se repiten y lo que logra es ir hilando un capullo de palabras invisibles que nos va envolviendo, porque esas repeticiones tienen el poder de los mantras, nos van hipnotizando. Logra que ingresemos en el clima de locura, como dice Pamela (aquí al lado) en la contratapa entramos en el “desastre” porque esas repeticiones nos enajenan, pero al mismo tiempo nos dan un inmenso placer. Carlos pule cada palabra, es muy preciso y logra que el resultado sea poético y fascinante. Usa un lenguaje sencillo y todos sabemos la fuerza y la contundencia que tienen la sencillez y claridad. Voy a leerles un fragmento donde van a poder apreciar lo que les digo: “Te quedaste ahí parada un rato, quizá quince o veinte minutos, parecías un fantasma viejo y sucio, algo quieto y gastado, una cosa surrealista e involuntaria parada en la escalera, el vestido floreado te quedaba ancho y largo, y los pelos eran de gallina; ni siquiera moviste los pensamientos, menos los ojos, estabas parada en la oscuridad, las luces sólo se encendían con algún movimiento, y vos, Ana, estabas quieta, como una gallina descompuesta. Oíste abrirse una puerta en algún piso de arriba, las luces del pasillo se encendieron, vos, Ana, seguías quieta como los escalones, las luces encendidas te indicaban que alguien andaba por algún pasillo, cuando oíste cerrarse la puerta y antes de que las luces se volvieran a apagar diste media vuelta sobre vos misma y ayudándote con las manos sobre los escalones empezaste a subir la escalera, la subías como si treparas, parecías un perro alternando manos y pies sobre los escalones, o una araña apurada y sigilosa, te detenías en cada pasillo y tu actitud, Ana, cambiaba. Por los pasillos te desplazabas erguida, lenta, y casi en puntas de pie, en los pasillos eras una gallina cuidadosa, en las escaleras un perro enloquecido y sigiloso, o una araña apurada y concentrada, subiste tres o cuatro pisos, pero no encontrabas los rastros del sonido en tu memoria (…)”
Otro de los núcleos de la novela, otro de los hilos que la conforman, se asemeja a la teoría nietzscheana del retorno al origen de lo primitivo. En Casa de arañas sobrevuela una sensación de inestabilidad, de estar al borde de lo bestial, de, como dije antes, una amenaza latente, de una cantidad de referencias a la suciedad, a la sordidez, a lo insalubre porque hay linyeras, hormigas, una espuma que se come todo, gente que junta basura y la guarda en su departamento, otro que tiene plantas y adornos viejos de navidad que van acaparando varios pisos, una encargada que no logra limpiar nada y las arañas, muchas arañas. Y esto creo que se relaciona con que debajo de las máscaras de la civilización y de lo artificial, debajo de las reuniones de consorcio, los saludos cordiales e hipócritas y las charlas en el ascensor sobre el estado del clima, si llovió o hace frío está lo primitivo, esa neutralidad bestial diría que tienen los insectos y, por supuesto, alguno de nosotros que es aterradora y fascinante.
En suma, creo que sólo los escritores que valen la pena son capaces de enfrenar al lector a situaciones límites de las que uno no quisiera salir por el inmenso placer que siente en ese viaje extremo y poético que es leer Casa de arañas.
Muchas gracias.
